
En la cultura andina, el cuartel sirve para que el joven pase a la vida adulta y, sobre todo, adquiera conocimiento militar. “En Achacachi —rememora Lino—, el reservista que no llega a su comunidad con un arma robada no es considerado hombre y es avergonzado y castigado con la muerte civil y política. En mi ayllu de la provincia Los Andes, la misión es otra porque tenemos fusiles Máuser. Allí te piden municiones. Yo saqué cinco cajas de balas en mi estancia en el Regimiento Escuela de Infantería 21 Max Toledo de Viacha”.
Este batallón es el sitio predilecto de los campesinos. “En el Max Toledo —agrega Lino— hay galpones con escopetas y balas de la Guerra del Chaco, no hay control. Con esto se entrena en los ayllus. Algunos Máuser están fallados o chuecos, pero sólo requieren ser afinados en su puntería, hasta pescarle la dirección. Si hubiera un enfrentamiento, los campesinos podrían parar a los militares. Los gobiernos anteriores saben que en las comunidades hay armamento”.
Las dotes militares de los campesinos no se terminan allí. Incluso, según relatan autoridades de Los Andes, se lograron fabricar escopetas rudimentarias de 60 y 70 centímetros de largo, con tubos de acero y bujías que empujaban con un resorte duro la munición. “El problema — asegura el jilakata consultado— fue que estas armas no aguantaban más de tres tiros porque el cañón se reventaba. En Villa Adela hay un hermano que aprendió de esto tras su paso por la cárcel. Todos lo conocemos”.
No obstante, el Máuser es el arma de fuego más apreciada. “Nuestros abuelos nos han dejado este legado porque fueron a la Guerra del Chaco. En mi ayllu, cada uno de los nietos está al cargo de la limpieza del cañón, tal como nos enseñaron en el cuartel. Las armas están ocultas —revela Lino— en medio de los techos de paja de las casas de adobe o envueltas en nailon grueso en las chullpas (tumbas). El jilakata no habla de esto porque es confidencial. Él lleva la cuenta del armamento en su territorio y debe controlar el uso que se le da”.
¿Y los explosivos? Aunque no se crea, los ayllus han adquirido la capacidad de elaborarlos. “Desde mis antepasados se fabrican bombas para las fiestas —cuenta Poncio—. El encargado es conocido como ‘camarero’ y ameniza los prestes con estallidos. Éstos han ideado la forma de ‘taquear’ greda roja (wilañek’e) con un tubito de fierro de 20 a 25 centímetros de largo en un recipiente con pólvora y con una mecha de cinco a diez centímetros de extensión. Así se logra un explosivo más potente que la dinamita”.
La comparación no es gratuita. En el altiplano se ha llegado a conocer de dos “camareros” que quedaron inválidos por su peligrosa tarea festiva. “Uno se llamaba Modesto Mamani —sigue Poncio—, quien perdió el ojo, y otro fue Delfín Pocota, que perdió la mano. Los explosivos se construyen con la pólvora que consegue en El Alto. Los ‘camareros’ son cotizados y en los ayllus se aprende de ellos a calcular el tamaño de la mecha para dar en el blanco con la honda. Algo que toma años”.
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