Por Zulma Camacho G.
El Hijo De Manuel Camacho, Gerardo, Narra La Verdadera Historia De Fama, Gloria Y Muerte De Su Padre.
Han pasado 65 años desde la muerte del Gigante Camacho, un emblemático qhochala de gran estatura, que amó, triunfó y murió inesperadamente. Hasta hoy, ninguno de sus hijos habló de él, debido a una promesa hecha a su difunta madre pero, ahora el tercero de la familia, Gerardo Camacho llegó de Argentina para romper el silencio.
¿Por qué decide hablar, después de tantos años? "Mucho se ha especulado sobre mi padre. Y hace poco leí una revista que decía aberraciones sobre él que molestan y duelen".
Manuel Camacho (1904-1951), nació y creció, y creció, y creció hasta a una altura de 2.35 metros, en el seno de una familia quechua dedicada a la fabricación de ladrillos, en la zona agrícola de Jayhuayco, al sur de la ciudad.
Su vida transcurría como la de cualquier otro, hasta que un día en 1932, cuando tenía 28 años, el vehículo de un diplomático argentino de apellido Seleme, se enfangó cerca de su casa. Un vecino le sugirió al infortunado: "Aquí cerca vive un joven grande y fuerte que le puede ayudar". Y así lo hizo, Manuel sacó el auto usando solo la fuerza de sus brazos.
Perplejo, así quedó el diplomático que rápidamente lo contactó con amigos que lo lanzaron al ring. "Macho Camacho", fue el nombre que adoptó aquel hombre de pueblo que, sin tener ningún entrenamiento ni vocación, fue enfrentado con grandes figuras internacionales del boxeo, que lo llevaron a recorrer el mundo.
Su sola presencia intimidaba a los contrincantes, pero no faltó la ocasión en que un campeón mundial estuvo a punto de matarlo. "Nunca lo vi pelear, pero mi tío me contó que una vez, cuando estaba en el ‘cachiscán’ (un combate popular donde todo vale), su contrincante lo tendió al suelo y estaba a punto de matarlo. En eso reaccionó, levantó al hombre en sus brazos y le quebró la columna en su rodilla. Murió".
Luchó con los mejores del mundo y se convirtió en una celebridad para el país. Lo contrataban para grabar publicidad en televisión. "Salía como Tarzán. Le ponían un león adelante, con su domador al costado, para que le haga daño".
Su llegada al país y al pueblo, siempre era un acontecimiento especial. "Venían periodistas, autoridades, todos querían saludarlo. Yo corría junto con los chicos, que les gustaba pasar por bajo sus piernas y él los apartaba con sus manos grandes". El pie de Camacho medía cerca de medio metro. Tenía su propia horma para que le confeccionen los zapatos.
Desde que fue descubierto en el mundo de la fama siempre vestía de terno y corbata. Nunca perdió la humildad. "Era bastante serio y estricto, pero era muy bueno. Era mi mejor amigo".
Para que la gente lo deje un momento, alguna vez tuvieron que traer una ambulancia argumentando que el luchador se indispuso y solo así quedó libre de sus seguidores.
En la celebración de los 100 años de independencia del país, las autoridades lo llevaban a desfilar junto al cuerpo diplomático y al Ejército. "Él no era autoridad ni había ido al cuartel. Yo pienso que lo llevaban por presumir y decir que la raza de Bolivia era imponente, fuerte".
La fama no era compatible con los celos de doña Vicenta Gamboa, su amada esposa. Una mujer de baja estatura (1.54), pero de recio carácter, oriunda de Cala Cala que era 15 años menor que Camacho.
"Yo era el compinche (amigo leal) de mi padre, pero no por elección. Mi madre era muy celosa y me mandaba tras él a las chicherías y reuniones. Pero sus únicos amores eran mi madre y nosotros, sus hijos".
Cuando estaba en la Llajta, Manuel gustaba mucho de estar con sus amigos, en la chichería o jugando la bocha, un juego de antaño con pelota de madera.
Con el dinero ganado se dedicó al comercio. Era un próspero mayorista, con negocios en la ciudad de La Paz, pero la fama lo persiguió y lo llevó a explorar nuevos rumbos en Argentina.
DATOS
nacimiento
Manuel Camacho Medrano nació en Jayhuayco, Cochabamba el año 1904 y murió a los 47 años en 1951, en el vecino país de Argentina. Medía 2.35 metros.
Carácter
El hijo de Manuel, Gerardo Camacho, lo describe como una persona seria, estricta pero amorosa con sus hijos y respetuosa con su esposa.
Ocupación
El Gigante Camacho inició su vida en la fábrica de ladrillos de sus padres, continuó siendo boxeador, luego comerciante mayorista y finalmente artista en un circo.
DE LA FAMA EN EL CIRCO A LOS ESTUDIOS E INTENTOS DE OBTENER UNA NUEVA RAZA
Un nexo muy fuerte con el diplomático argentino, Seleme, y un exmilitar continuaba influyendo en la vida del Gigante Camacho. Ambos lo impulsaron a viajar a la Argentina donde su fama continuó como parte del espectáculo del Gran Circo Norteamericano.
La vida de la familia Camacho tuvo que trasladarse al país vecino dejando todo atrás. Cuando llegaron a la frontera Manuel Camacho pidió a su esposa e hijos que lo aguarden que debía regresar a Cochabamba. “Lo esperamos una semana en la frontera. Él se había olvidado la imagen de una virgencita en la casa. Ahí supe que mi padre era muy católico”, contó Gerardo, el tercer hijo de la familia Camacho.
"La gente dice que este político argentino se aprovechó de mi papá, que le hacía propaganda y cobraba a la gente por verlo". "¡Vengan a ver! ¡Al hombre más grande del mundo! ¡Come medio cordero al día y bebe agua de un turril!" recuerda Gerardo, el anuncio que promocionaba el número de su padre en el circo.
Cuando llegaba la hora, se abría el telón y salía Manuel, vestido todo de negro, con un saco de levita y sus zapatos de medio metro. Todos quedaban sorprendidos intentando ver que no se trababa de dos hombres montados uno sobre otro. “Mi papá saludaba, hacía una reverencia al público, caminaba... la gente sorprendida lo aplaudía y volvía”.
Algunas veces salía de la mano de unos enanos que resaltaban su gran tamaño, otras, junto a un joven de 18 años para decir que era su “pequeño hijo” de 11. También decían que tomaba un barril de agua al día y se alimentaba con medio cordero. "Todo era la mentira del circo para llamar la atención", contó Gerardo sonriendo.
"Mi papá no era un fenómeno, era normal, tampoco tenía tiroides ni nada por el estilo. Era proporcionado, solo era un hombre grande y de gran corazón", explicó Gerardo.
Los estudiosos argentinos no esperaron en hacer algunos estudios para conocer la causa de sus grandes proporciones, pero no encontraron nada extraordinario. “Yo era niño todavía pero recuerdo que la gente decía que el Gobierno quería casarlo con una argentina o polaca, para formar una raza de gente alta. Eso hacía estallar de rabia a mi madre, porque era muy celosa”.
Cuando el mundo del espectáculo parecía atraer de sobremanera a sus hijos, Manuel Camacho decidió regresarlos a Bolivia. “Tendría 7 u 8 años cuando mi papá nos dejó en la casa de los Cadima Camacho. Una familia a la que le agradezco mucho”.
Los cuatro hijos Apolinar, Valentina, Gerardo y Wálter se quedaron al cuidado de esta familia, mientras sus padres continuaban en Argentina. “Mi madre se quedó, tal vez porque era muy celosa y no quería dejar sola a mi padre”.
Anuncio
“¡Vengan a ver! ¡Al hombre más grande del mundo! ¡Come medio cordero al día y bebe agua de un turril!”
SUEÑOS TRUNCADOS TRAS LA INESPERADA MUERTE DE CAMACHO
Pasaron cuatro años de gloria en la vida del Gigante Camacho como uno de los mayores atractivos en el Gran Circo Norteamericano de Argentina. Cuando la fama empezó a mermar, el año 1949 decidió reunir a la familia y emprender nuevos rumbos.
Manuel Camacho, más conocido como el Gigante Camacho, regresó a Bolivia a recoger a sus hijos de quienes se alejó hasta que pueda marcarles un rumbo nuevo de estudios y profesionalización.
“Si mi padre no nos hubiera alejado del circo, yo hubiera sido un gran trapesista”, dice Gerardo, el tercero de cuatro hijos de Manuel y Vicenta Gamboa.
El progenitor de los cuatro qhochalas quiso explorar nuevos rumbos en Norteamérica. “Estaba alistando los papeles y pasaportes para irnos a ciegas a Estados Unidos, pero su enfermedad lo frenó”. Según Gerardo, el gigante boliviano tenía una enfermedad en el corazón, que un día derivó en un infarto que terminó con su vida de manera inesperada. Manuel falleció a los 47 años de edad.
“A parte de ser mi padre, fue mi gran amigo, nunca me falló”, contó Gerardo, quien dice que su padre fue siempre un hombre serio y estricto, pero nunca alguien malo. Muy religioso y con un respeto inmaculado hacia su familia. “Nunca lo vi pelear con mi madre, como en esos años se acostumbraba con tanto machismo”.
A partir de su muerte, varios rumores empezaron a tejerse, entre ellos que lo habían vendido en vida, que alguien lo envenenó y que se suicidó, entre otros, que nunca fueron esclarecidos por la familia. “Mi madre nos hizo prometer que nunca diríamos una sola palabra de mi padre. Ella quemó todo lo que había de él y, en casa, nunca más se habló del tema”.
La madre de Gerardo, que quedó viuda a los 32 años y después volvió a casarse. Murió a los 50 años de edad. Al truncarse los sueños de Manuel con su muerte, los hijos salieron adelante con el impulso de la madre. El hijo mayor, Apolinar Camacho, de 84 años, es transportista; Valentina (82) es ama de casa; Gerardo (79) es matricero (técnico en máquinas) y el menor, Wálter (73) también es transportista.
Ninguno de los hijos heredó el tamaño del padre. Los varones tienen una estatura promedio de 1.70 y la mayoría de las mujeres parece haber heredado los rasgos de la madre, de 1.54 de estatura.
A Gerardo le contaron que su padre tenía un hermano mayor, que lo enviaron al frente de batalla en una de las contiendas bélicas de Bolivia y murió. Conoce a varios primos en la familia Sejas Camacho que miden entre 1.80 y 1.90, pero ninguno como su padre.
“Dicen que los genes pueden replicarse hasta siete generaciones después. Probablemente tengamos un Gigante Camacho más adelante”, finalizó sonriendo.
4 HIJOS
Los cuatro hijos del Gigante Camacho, Apolinar, de 84 años de edad; Valentina de 82, Gerardo de 79 y Wálter de 73 viven en Argentina, desde que su padre los llevó el año 1949. Ninguno ha vuelto desde entonces, solo Gerardo, que llega cada cuatro años a visitar a los familiares.
El gigante Camacho
El verbo quechua "jaihuay" corresponde en castellano a los sinónimos de "dar", "otorgar", "conceder". "Jaihuayco" sería entonces una especie de participio verbal de cualquiera de tales sinónimos traducidos al quechua.
La historia cuenta, que los viajeros de Cochabamba hacía Oruro, Tacna o Arica, tomaban a principios del siglo XIX, el camino que entonces cruzaba la zona de "Jaihuayco", llamada así porque en esa región eran despedidos con el regalo de comidas y vasos de chicha quienes partían. El "jaihuayco" era pues ceremonia triste. Ceremonia acompañada por los dolientes y suaves acordes de algún "yaraví" que modulaba con cruel persistencia alguna banda de músicos criollos.
Por allí cruzó también Goyeneche, -aquel brutal capitán- que con sus huestes españolas diezmó en la Coronilla a las heroicas mujeres cochabambinas, durante la trágica gesta descrita por Nataniel Aguirre en "Juan de la Rosa".
Pero al correr del tiempo y cuando el camino troncal a Oruro tomó otro rumbo, la región de "Jaihuayco" tornose en una especie de gigantesco laboratorio de ladrillos y tejas que hasta hoy abastece a las construcciones de ciertos sectores de la ciudad.
En aquella región de "Jaihuayco" apareció durante los primeros años del siglo XX (1915-1930) el gigante cochabambino Manuel Camacho, prodigioso ser humano de Dos Metros Treinta y Tres Centímetros de estatura.
Tal aparición fue la noticia que sacudió a la gran aldea y como el gigante resultara dueño de una tejería de aquella zona, fue visitado por enjambres de personas que iban a pie, caballo y coche. Hasta hubo señoritas que -enajenadas exhibicionistas- perdido el natural recato de la época, hacíanse fotografiar sentadas sobre los descomunales hombros del fenómeno...
En aquellos días, vivían en Cochabamba varios jóvenes reputados como valores de la fuerza física y la atlética apostura. Ellos eran Germán López, José Gabriel Vargas, Miguel Seleme, Luis Ramos y otros; los que una tarde visitaron al gigante para transmitirle el desafío que le fuera lanzado por un luchador polaco recién llegado a Cochabamba, con el nombre de Iván Petrovic.
Junto a tal grupo de jóvenes se encontraba también el culto galeno, en esos días recién "recibido" doctor Carlos Araníbar Orosco -hoy patricio de la ciudad- quien había de hacer al gigante Manuel, una revisión médica.
Manuel Camacho era verdaderamente un gigante. Acromegálico, según las apreciaciones científicas del joven doctor Araníbar, era dueño de brazos largos, piernas delgadas, fuerza muscular inferior a su volumen y un peso que oscilaba entre los ciento setenta y los ciento ochenta kilos. La cara larga y angulosa, cetrina, era la típica del ejemplar aborigen quechua.
Convencido Camacho luego de largas monsergas, aceptó el reto de Iván Petrovic, quien por su parte, era un portento de vigor, capaz de doblar barras de hierro contra su cabeza y hundir largos clavos en tablones de una pulgada de espesor, golpeándolos simplemente con la mano desnuda.
Y AHORA LA ANÉCDOTA...
Llegó el día señalado para el encuentro que habría de producirse en el "Teatro Achá". Un joven aficionado al deporte llamado Armando Montenegro, fue nombrado árbitro de la lucha. El teatro estaba colmado de una aullante y agresiva multitud. Comenzó el combate decretando un silencio total en la audiencia. Camacho trataba de acostarse sobre Petrovic y vencerlo así con la gravitación de su peso. Y Petrovic de colocar sobre su enemigo, tantas llaves romanas como si Camacho fuera una crujiente y vieja cerradura. En cierto momento del combate y desde la supina posición a que lo sometía la habilidad del científico Iván, el gigante musitaba en idioma quechua frases con las que pretendía ganar la parcialidad del juez y decía:
¡Atatay! Nanachihuaskan kay supay gringo, kacharichiuay... (Este gringo del diablo, me hace doler. Dile que me suelte... N. del E.)
Mientras que sus nublados ojos, daban curso a lágrimas que como enormes bolas de cristal rebotaban en el suelo...
Ese joven Armando Montenegro, árbitro de la lucha y autor de estas líneas, narraba el final del encuentro así: "...lván Petrovic considerándose ya el vencedor y ajeno al lenguaje autóctono de Camacho, desconfiaba sin embargo y me miraba con ojos asesinos. Su triunfo era justo, pero las agresivas manifestaciones del público que clamaba por la victoria de su paladín y heroico paisano, eran amenazadoras...".
"Mi situación de juez imparcial se hizo difícil. Sonó la campana finalizando el encuentro. En ese instante los dos luchadores conformaban un extraño cuadro ecuestre, porque el polaco hallábase montado sobre el gigante como sobre un caballo "percherón".
"Con pleno conocimiento de mi falsía, declaré "empatado" el combate. Y mientras que el público prorrumpía en frenéticos aplausos, el enfurecido Iván aplaudió también, pero mediante un estupendo y sonoro sopapo contra mi mejilla, sopapo que no olvidaré nunca...".
Hoy, los dos luchadores de entonces, están muertos ya. El esqueleto del gigante Camacho se halla expuesto en un importante museo del mundo casi como el de un monstruo antediluviano y el polaco Iván Petrovic rindió la vida al defender su patria, cuando el empuje nazifascista de Hitler.
La madre
En los elevados bosques del Chapare, donde los árboles parecieran tener vida humana, está la muerte, acechando detrás de cada tronco o encaramada en la vibrátil rama donde se halla escondida la mordedura fatal de la serpiente. La selva es el reinado del insecto, de la alimaña y de los males tropicales, como también es la colorida paleta de brillantes matices. Allí está la delicada y minúscula flor silvestre de agrios aromas, como está la majestuosa y real orquídea, exhibiendo la belleza lánguida de sus pétalos como alas de ángel. Están las hojas de mil tamaños y de mil formas, desde las enanas del arrayán, hasta las gigantescas del banano y las malvas.
Y hay millones de ojos que observan, vigilan y se mantienen alertas en el escenario anónimo que les ofrece la espesura. Y luego pájaros como gotas de vida, color y movimiento; de música y de vuelo que le dan a la jungla la orquestación de sus gargantas, combinando el graznido grave de las grandes aves con el trino de jilgueros y canarios. Y extraños tucanes de enorme pico y papagayos de combinados colores. Parlanchines y verdes loros que imitan los ruidos del bosque desde el ronquido de los caimanes, el rugido de los pumas, hasta las tormentas de la montaña.
Imperio de la boa que estrangula y convierte en bolsa informe de huesos el cuerpo del venado caído con el mortífero abrazo de sus anillos. Imperio del puma -ese terrible rey de nuestras selvas- rápido como un dardo y demoledor en el ataque cual un tanque en vuelo. Puma, felino traidor de silencioso andar que sigue la huella de su presa con el cauteloso sigilo que antecede a la tragedia de su dentellada.
¡Puma! peligro permanente de la selva y el río. Nadie ni nada está a salvo de sus garras y del infecto puñal de su dentadura. Sabio cazador y hábil en la pesca. Ni siquiera el corpulento lagarto se encuentra libre de sus artimañas, menos los peces que nadan ingenuamente cerca de las orillas, donde los espera su fiero y centelleante zarpazo. El puma se acerca a la ribera de los ríos, con la paciencia de un ser humano y espera a su presa que llega hasta la corriente para calmar la sed de la canícula, cayendo en la emboscada del felino. En un instante solo es un montón de carne desgarrada que luego el asesino se llevará al rincón de su madriguera para devorarla con la majestad de un rey.
Entre las Cordilleras de "Mosetenez", región Norte del departamento de Cochabamba y la serranía de "Moleto" corre el río "Zarasama" para echar sus aguas confluentes en las del "Isiboro". Perdidos en el tejido majestuoso de los altos bosques de la región, existen pueblitos como Santa Rosa, Salinas, Santo Domingo y Puerto Patiño, con pobladores dedicados a la ruda existencia selvática y a la mínima explotación pesquera de sus ríos, los que como espejos copian el azul de las alturas y el perfil de las monumentales arboledas.
Los pobladores son gentes bravías. Hombres, mujeres y niños se hallan en permanente lucha contra la jungla y sus peligros. Jamás dejan el filoso machete o el viejo rifle que les sirve para su defensa personal o su libre y cómoda locomoción por las estrechas sendas que en pocas horas se cubren de feraz recuperación vegetal.
El río de márgenes estrechas por su impresionante profundidad y su lento recorrido, resulta para esas gentes, la generosa fuente que mantiene sus existencias. Sus aguas guardan miles de peces. Están allí los "pacúes", los "surubíes" y los "dorados", de carne blanca, agradable y alimenticia; como están las siniestras "pirañas" capaces de acabar con las carnes de un tapir en pocos minutos. Y las rayas y las anguilas y la monstruosa "anaconda", temible por su fuerza, corpulencia y peso.
El río es también para los pobladores, fuente de su profilaxia primitiva. Allí refrescan sus cuerpos de la sofocante térmica inmisericorde de la región. Allí también lavan sus ropas tendiéndolas a secar sobre el verde césped, como si fueran las flores de un jardín de pesadilla.
Y AHORA LA ANÉCDOTA...
Una mañana al amanecer, cuando el sol inunda el infinito dorando las copas de los árboles y abriendo el telón del horizonte y cuando las "charatas", -curiosas aves voladoras de todos los bosques bolivianos- lanzan sus gritos mañaneros, una mujer joven cargada de sus ropas, su filo machete y su hijo -párvulo lactante- se dirige al río, cuya ensenada se halla cerca del bosque. Luego de acondicionar a la criatura en lugar cercano, comienza a lavar la ropa sin abandonar su machete.
Cuando se halla abstraída en su tarea, un ruido, un chillido de ave o quizás su instinto de madre, la hacen levantar la cabeza y mirar hacia el sitio donde duerme su hijito. Y ve paralizada de terror, un enorme puma que trata de llevarse cautelosamente el fruto de su existencia. Valiente y enloquecida, la heroica madre ataca al criminal felino. Este abandonando su presa se enfrenta con ella, pero la mujer logra hundir el machete hasta el lomo cerca del corazón de la fiera, recibiendo casi al mismo tiempo, un feroz mandoblazo de sus garras, que la mata instantáneamente.
Más allá, el niño ignorante del drama que se abatió, sobre él, llora de hambre y su llanto resulta así, un canto trágico a la vida...
Fuente: Opinión.com.bo 05/02/2017 y 16/09/2014
El Hijo De Manuel Camacho, Gerardo, Narra La Verdadera Historia De Fama, Gloria Y Muerte De Su Padre.
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Manuel El Gigante Camacho - Cochabamba 1925 |
¿Por qué decide hablar, después de tantos años? "Mucho se ha especulado sobre mi padre. Y hace poco leí una revista que decía aberraciones sobre él que molestan y duelen".
Manuel Camacho (1904-1951), nació y creció, y creció, y creció hasta a una altura de 2.35 metros, en el seno de una familia quechua dedicada a la fabricación de ladrillos, en la zona agrícola de Jayhuayco, al sur de la ciudad.
Su vida transcurría como la de cualquier otro, hasta que un día en 1932, cuando tenía 28 años, el vehículo de un diplomático argentino de apellido Seleme, se enfangó cerca de su casa. Un vecino le sugirió al infortunado: "Aquí cerca vive un joven grande y fuerte que le puede ayudar". Y así lo hizo, Manuel sacó el auto usando solo la fuerza de sus brazos.
Perplejo, así quedó el diplomático que rápidamente lo contactó con amigos que lo lanzaron al ring. "Macho Camacho", fue el nombre que adoptó aquel hombre de pueblo que, sin tener ningún entrenamiento ni vocación, fue enfrentado con grandes figuras internacionales del boxeo, que lo llevaron a recorrer el mundo.
Su sola presencia intimidaba a los contrincantes, pero no faltó la ocasión en que un campeón mundial estuvo a punto de matarlo. "Nunca lo vi pelear, pero mi tío me contó que una vez, cuando estaba en el ‘cachiscán’ (un combate popular donde todo vale), su contrincante lo tendió al suelo y estaba a punto de matarlo. En eso reaccionó, levantó al hombre en sus brazos y le quebró la columna en su rodilla. Murió".
Luchó con los mejores del mundo y se convirtió en una celebridad para el país. Lo contrataban para grabar publicidad en televisión. "Salía como Tarzán. Le ponían un león adelante, con su domador al costado, para que le haga daño".
Su llegada al país y al pueblo, siempre era un acontecimiento especial. "Venían periodistas, autoridades, todos querían saludarlo. Yo corría junto con los chicos, que les gustaba pasar por bajo sus piernas y él los apartaba con sus manos grandes". El pie de Camacho medía cerca de medio metro. Tenía su propia horma para que le confeccionen los zapatos.
Desde que fue descubierto en el mundo de la fama siempre vestía de terno y corbata. Nunca perdió la humildad. "Era bastante serio y estricto, pero era muy bueno. Era mi mejor amigo".
Para que la gente lo deje un momento, alguna vez tuvieron que traer una ambulancia argumentando que el luchador se indispuso y solo así quedó libre de sus seguidores.
En la celebración de los 100 años de independencia del país, las autoridades lo llevaban a desfilar junto al cuerpo diplomático y al Ejército. "Él no era autoridad ni había ido al cuartel. Yo pienso que lo llevaban por presumir y decir que la raza de Bolivia era imponente, fuerte".
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EL GIGANTE CAMACHO EN SU ARRIBO AL AEROPUERTO DE RIO DE JANEIRO, BRASIL |
La fama no era compatible con los celos de doña Vicenta Gamboa, su amada esposa. Una mujer de baja estatura (1.54), pero de recio carácter, oriunda de Cala Cala que era 15 años menor que Camacho.
"Yo era el compinche (amigo leal) de mi padre, pero no por elección. Mi madre era muy celosa y me mandaba tras él a las chicherías y reuniones. Pero sus únicos amores eran mi madre y nosotros, sus hijos".
Cuando estaba en la Llajta, Manuel gustaba mucho de estar con sus amigos, en la chichería o jugando la bocha, un juego de antaño con pelota de madera.
Con el dinero ganado se dedicó al comercio. Era un próspero mayorista, con negocios en la ciudad de La Paz, pero la fama lo persiguió y lo llevó a explorar nuevos rumbos en Argentina.
DATOS
nacimiento
Manuel Camacho Medrano nació en Jayhuayco, Cochabamba el año 1904 y murió a los 47 años en 1951, en el vecino país de Argentina. Medía 2.35 metros.
Carácter
El hijo de Manuel, Gerardo Camacho, lo describe como una persona seria, estricta pero amorosa con sus hijos y respetuosa con su esposa.
Ocupación
El Gigante Camacho inició su vida en la fábrica de ladrillos de sus padres, continuó siendo boxeador, luego comerciante mayorista y finalmente artista en un circo.
DE LA FAMA EN EL CIRCO A LOS ESTUDIOS E INTENTOS DE OBTENER UNA NUEVA RAZA
Un nexo muy fuerte con el diplomático argentino, Seleme, y un exmilitar continuaba influyendo en la vida del Gigante Camacho. Ambos lo impulsaron a viajar a la Argentina donde su fama continuó como parte del espectáculo del Gran Circo Norteamericano.
La vida de la familia Camacho tuvo que trasladarse al país vecino dejando todo atrás. Cuando llegaron a la frontera Manuel Camacho pidió a su esposa e hijos que lo aguarden que debía regresar a Cochabamba. “Lo esperamos una semana en la frontera. Él se había olvidado la imagen de una virgencita en la casa. Ahí supe que mi padre era muy católico”, contó Gerardo, el tercer hijo de la familia Camacho.
"La gente dice que este político argentino se aprovechó de mi papá, que le hacía propaganda y cobraba a la gente por verlo". "¡Vengan a ver! ¡Al hombre más grande del mundo! ¡Come medio cordero al día y bebe agua de un turril!" recuerda Gerardo, el anuncio que promocionaba el número de su padre en el circo.
Cuando llegaba la hora, se abría el telón y salía Manuel, vestido todo de negro, con un saco de levita y sus zapatos de medio metro. Todos quedaban sorprendidos intentando ver que no se trababa de dos hombres montados uno sobre otro. “Mi papá saludaba, hacía una reverencia al público, caminaba... la gente sorprendida lo aplaudía y volvía”.
Algunas veces salía de la mano de unos enanos que resaltaban su gran tamaño, otras, junto a un joven de 18 años para decir que era su “pequeño hijo” de 11. También decían que tomaba un barril de agua al día y se alimentaba con medio cordero. "Todo era la mentira del circo para llamar la atención", contó Gerardo sonriendo.
"Mi papá no era un fenómeno, era normal, tampoco tenía tiroides ni nada por el estilo. Era proporcionado, solo era un hombre grande y de gran corazón", explicó Gerardo.
Los estudiosos argentinos no esperaron en hacer algunos estudios para conocer la causa de sus grandes proporciones, pero no encontraron nada extraordinario. “Yo era niño todavía pero recuerdo que la gente decía que el Gobierno quería casarlo con una argentina o polaca, para formar una raza de gente alta. Eso hacía estallar de rabia a mi madre, porque era muy celosa”.
Cuando el mundo del espectáculo parecía atraer de sobremanera a sus hijos, Manuel Camacho decidió regresarlos a Bolivia. “Tendría 7 u 8 años cuando mi papá nos dejó en la casa de los Cadima Camacho. Una familia a la que le agradezco mucho”.
Los cuatro hijos Apolinar, Valentina, Gerardo y Wálter se quedaron al cuidado de esta familia, mientras sus padres continuaban en Argentina. “Mi madre se quedó, tal vez porque era muy celosa y no quería dejar sola a mi padre”.
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“¡Vengan a ver! ¡Al hombre más grande del mundo! ¡Come medio cordero al día y bebe agua de un turril!”
SUEÑOS TRUNCADOS TRAS LA INESPERADA MUERTE DE CAMACHO
Pasaron cuatro años de gloria en la vida del Gigante Camacho como uno de los mayores atractivos en el Gran Circo Norteamericano de Argentina. Cuando la fama empezó a mermar, el año 1949 decidió reunir a la familia y emprender nuevos rumbos.
Manuel Camacho, más conocido como el Gigante Camacho, regresó a Bolivia a recoger a sus hijos de quienes se alejó hasta que pueda marcarles un rumbo nuevo de estudios y profesionalización.
“Si mi padre no nos hubiera alejado del circo, yo hubiera sido un gran trapesista”, dice Gerardo, el tercero de cuatro hijos de Manuel y Vicenta Gamboa.
El progenitor de los cuatro qhochalas quiso explorar nuevos rumbos en Norteamérica. “Estaba alistando los papeles y pasaportes para irnos a ciegas a Estados Unidos, pero su enfermedad lo frenó”. Según Gerardo, el gigante boliviano tenía una enfermedad en el corazón, que un día derivó en un infarto que terminó con su vida de manera inesperada. Manuel falleció a los 47 años de edad.
“A parte de ser mi padre, fue mi gran amigo, nunca me falló”, contó Gerardo, quien dice que su padre fue siempre un hombre serio y estricto, pero nunca alguien malo. Muy religioso y con un respeto inmaculado hacia su familia. “Nunca lo vi pelear con mi madre, como en esos años se acostumbraba con tanto machismo”.
A partir de su muerte, varios rumores empezaron a tejerse, entre ellos que lo habían vendido en vida, que alguien lo envenenó y que se suicidó, entre otros, que nunca fueron esclarecidos por la familia. “Mi madre nos hizo prometer que nunca diríamos una sola palabra de mi padre. Ella quemó todo lo que había de él y, en casa, nunca más se habló del tema”.
La madre de Gerardo, que quedó viuda a los 32 años y después volvió a casarse. Murió a los 50 años de edad. Al truncarse los sueños de Manuel con su muerte, los hijos salieron adelante con el impulso de la madre. El hijo mayor, Apolinar Camacho, de 84 años, es transportista; Valentina (82) es ama de casa; Gerardo (79) es matricero (técnico en máquinas) y el menor, Wálter (73) también es transportista.
Ninguno de los hijos heredó el tamaño del padre. Los varones tienen una estatura promedio de 1.70 y la mayoría de las mujeres parece haber heredado los rasgos de la madre, de 1.54 de estatura.
A Gerardo le contaron que su padre tenía un hermano mayor, que lo enviaron al frente de batalla en una de las contiendas bélicas de Bolivia y murió. Conoce a varios primos en la familia Sejas Camacho que miden entre 1.80 y 1.90, pero ninguno como su padre.
“Dicen que los genes pueden replicarse hasta siete generaciones después. Probablemente tengamos un Gigante Camacho más adelante”, finalizó sonriendo.
4 HIJOS
Los cuatro hijos del Gigante Camacho, Apolinar, de 84 años de edad; Valentina de 82, Gerardo de 79 y Wálter de 73 viven en Argentina, desde que su padre los llevó el año 1949. Ninguno ha vuelto desde entonces, solo Gerardo, que llega cada cuatro años a visitar a los familiares.
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MANUEL CAMACHO, SOSTIENE A LAS HIJAS DE SU AGENTE PERSONAL, SELEME. CORTESÍA PARA OPINIÓN DE LA FAMILIA CAMACHO GAMBOA |
El gigante Camacho
El verbo quechua "jaihuay" corresponde en castellano a los sinónimos de "dar", "otorgar", "conceder". "Jaihuayco" sería entonces una especie de participio verbal de cualquiera de tales sinónimos traducidos al quechua.
La historia cuenta, que los viajeros de Cochabamba hacía Oruro, Tacna o Arica, tomaban a principios del siglo XIX, el camino que entonces cruzaba la zona de "Jaihuayco", llamada así porque en esa región eran despedidos con el regalo de comidas y vasos de chicha quienes partían. El "jaihuayco" era pues ceremonia triste. Ceremonia acompañada por los dolientes y suaves acordes de algún "yaraví" que modulaba con cruel persistencia alguna banda de músicos criollos.
Por allí cruzó también Goyeneche, -aquel brutal capitán- que con sus huestes españolas diezmó en la Coronilla a las heroicas mujeres cochabambinas, durante la trágica gesta descrita por Nataniel Aguirre en "Juan de la Rosa".
Pero al correr del tiempo y cuando el camino troncal a Oruro tomó otro rumbo, la región de "Jaihuayco" tornose en una especie de gigantesco laboratorio de ladrillos y tejas que hasta hoy abastece a las construcciones de ciertos sectores de la ciudad.
En aquella región de "Jaihuayco" apareció durante los primeros años del siglo XX (1915-1930) el gigante cochabambino Manuel Camacho, prodigioso ser humano de Dos Metros Treinta y Tres Centímetros de estatura.
Tal aparición fue la noticia que sacudió a la gran aldea y como el gigante resultara dueño de una tejería de aquella zona, fue visitado por enjambres de personas que iban a pie, caballo y coche. Hasta hubo señoritas que -enajenadas exhibicionistas- perdido el natural recato de la época, hacíanse fotografiar sentadas sobre los descomunales hombros del fenómeno...
En aquellos días, vivían en Cochabamba varios jóvenes reputados como valores de la fuerza física y la atlética apostura. Ellos eran Germán López, José Gabriel Vargas, Miguel Seleme, Luis Ramos y otros; los que una tarde visitaron al gigante para transmitirle el desafío que le fuera lanzado por un luchador polaco recién llegado a Cochabamba, con el nombre de Iván Petrovic.
Junto a tal grupo de jóvenes se encontraba también el culto galeno, en esos días recién "recibido" doctor Carlos Araníbar Orosco -hoy patricio de la ciudad- quien había de hacer al gigante Manuel, una revisión médica.
Manuel Camacho era verdaderamente un gigante. Acromegálico, según las apreciaciones científicas del joven doctor Araníbar, era dueño de brazos largos, piernas delgadas, fuerza muscular inferior a su volumen y un peso que oscilaba entre los ciento setenta y los ciento ochenta kilos. La cara larga y angulosa, cetrina, era la típica del ejemplar aborigen quechua.
Convencido Camacho luego de largas monsergas, aceptó el reto de Iván Petrovic, quien por su parte, era un portento de vigor, capaz de doblar barras de hierro contra su cabeza y hundir largos clavos en tablones de una pulgada de espesor, golpeándolos simplemente con la mano desnuda.
Y AHORA LA ANÉCDOTA...
Llegó el día señalado para el encuentro que habría de producirse en el "Teatro Achá". Un joven aficionado al deporte llamado Armando Montenegro, fue nombrado árbitro de la lucha. El teatro estaba colmado de una aullante y agresiva multitud. Comenzó el combate decretando un silencio total en la audiencia. Camacho trataba de acostarse sobre Petrovic y vencerlo así con la gravitación de su peso. Y Petrovic de colocar sobre su enemigo, tantas llaves romanas como si Camacho fuera una crujiente y vieja cerradura. En cierto momento del combate y desde la supina posición a que lo sometía la habilidad del científico Iván, el gigante musitaba en idioma quechua frases con las que pretendía ganar la parcialidad del juez y decía:
¡Atatay! Nanachihuaskan kay supay gringo, kacharichiuay... (Este gringo del diablo, me hace doler. Dile que me suelte... N. del E.)
Mientras que sus nublados ojos, daban curso a lágrimas que como enormes bolas de cristal rebotaban en el suelo...
Ese joven Armando Montenegro, árbitro de la lucha y autor de estas líneas, narraba el final del encuentro así: "...lván Petrovic considerándose ya el vencedor y ajeno al lenguaje autóctono de Camacho, desconfiaba sin embargo y me miraba con ojos asesinos. Su triunfo era justo, pero las agresivas manifestaciones del público que clamaba por la victoria de su paladín y heroico paisano, eran amenazadoras...".
"Mi situación de juez imparcial se hizo difícil. Sonó la campana finalizando el encuentro. En ese instante los dos luchadores conformaban un extraño cuadro ecuestre, porque el polaco hallábase montado sobre el gigante como sobre un caballo "percherón".
"Con pleno conocimiento de mi falsía, declaré "empatado" el combate. Y mientras que el público prorrumpía en frenéticos aplausos, el enfurecido Iván aplaudió también, pero mediante un estupendo y sonoro sopapo contra mi mejilla, sopapo que no olvidaré nunca...".
Hoy, los dos luchadores de entonces, están muertos ya. El esqueleto del gigante Camacho se halla expuesto en un importante museo del mundo casi como el de un monstruo antediluviano y el polaco Iván Petrovic rindió la vida al defender su patria, cuando el empuje nazifascista de Hitler.
La madre
En los elevados bosques del Chapare, donde los árboles parecieran tener vida humana, está la muerte, acechando detrás de cada tronco o encaramada en la vibrátil rama donde se halla escondida la mordedura fatal de la serpiente. La selva es el reinado del insecto, de la alimaña y de los males tropicales, como también es la colorida paleta de brillantes matices. Allí está la delicada y minúscula flor silvestre de agrios aromas, como está la majestuosa y real orquídea, exhibiendo la belleza lánguida de sus pétalos como alas de ángel. Están las hojas de mil tamaños y de mil formas, desde las enanas del arrayán, hasta las gigantescas del banano y las malvas.
Y hay millones de ojos que observan, vigilan y se mantienen alertas en el escenario anónimo que les ofrece la espesura. Y luego pájaros como gotas de vida, color y movimiento; de música y de vuelo que le dan a la jungla la orquestación de sus gargantas, combinando el graznido grave de las grandes aves con el trino de jilgueros y canarios. Y extraños tucanes de enorme pico y papagayos de combinados colores. Parlanchines y verdes loros que imitan los ruidos del bosque desde el ronquido de los caimanes, el rugido de los pumas, hasta las tormentas de la montaña.
Imperio de la boa que estrangula y convierte en bolsa informe de huesos el cuerpo del venado caído con el mortífero abrazo de sus anillos. Imperio del puma -ese terrible rey de nuestras selvas- rápido como un dardo y demoledor en el ataque cual un tanque en vuelo. Puma, felino traidor de silencioso andar que sigue la huella de su presa con el cauteloso sigilo que antecede a la tragedia de su dentellada.
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VICENTA GAMBOA, MANUEL, APOLINAR Y GERARDO CAMACHO, JUNTO A VITALIA, UNA AMIGA DE LA FAMILIA. |
¡Puma! peligro permanente de la selva y el río. Nadie ni nada está a salvo de sus garras y del infecto puñal de su dentadura. Sabio cazador y hábil en la pesca. Ni siquiera el corpulento lagarto se encuentra libre de sus artimañas, menos los peces que nadan ingenuamente cerca de las orillas, donde los espera su fiero y centelleante zarpazo. El puma se acerca a la ribera de los ríos, con la paciencia de un ser humano y espera a su presa que llega hasta la corriente para calmar la sed de la canícula, cayendo en la emboscada del felino. En un instante solo es un montón de carne desgarrada que luego el asesino se llevará al rincón de su madriguera para devorarla con la majestad de un rey.
Entre las Cordilleras de "Mosetenez", región Norte del departamento de Cochabamba y la serranía de "Moleto" corre el río "Zarasama" para echar sus aguas confluentes en las del "Isiboro". Perdidos en el tejido majestuoso de los altos bosques de la región, existen pueblitos como Santa Rosa, Salinas, Santo Domingo y Puerto Patiño, con pobladores dedicados a la ruda existencia selvática y a la mínima explotación pesquera de sus ríos, los que como espejos copian el azul de las alturas y el perfil de las monumentales arboledas.
Los pobladores son gentes bravías. Hombres, mujeres y niños se hallan en permanente lucha contra la jungla y sus peligros. Jamás dejan el filoso machete o el viejo rifle que les sirve para su defensa personal o su libre y cómoda locomoción por las estrechas sendas que en pocas horas se cubren de feraz recuperación vegetal.
El río de márgenes estrechas por su impresionante profundidad y su lento recorrido, resulta para esas gentes, la generosa fuente que mantiene sus existencias. Sus aguas guardan miles de peces. Están allí los "pacúes", los "surubíes" y los "dorados", de carne blanca, agradable y alimenticia; como están las siniestras "pirañas" capaces de acabar con las carnes de un tapir en pocos minutos. Y las rayas y las anguilas y la monstruosa "anaconda", temible por su fuerza, corpulencia y peso.
El río es también para los pobladores, fuente de su profilaxia primitiva. Allí refrescan sus cuerpos de la sofocante térmica inmisericorde de la región. Allí también lavan sus ropas tendiéndolas a secar sobre el verde césped, como si fueran las flores de un jardín de pesadilla.
Y AHORA LA ANÉCDOTA...
Una mañana al amanecer, cuando el sol inunda el infinito dorando las copas de los árboles y abriendo el telón del horizonte y cuando las "charatas", -curiosas aves voladoras de todos los bosques bolivianos- lanzan sus gritos mañaneros, una mujer joven cargada de sus ropas, su filo machete y su hijo -párvulo lactante- se dirige al río, cuya ensenada se halla cerca del bosque. Luego de acondicionar a la criatura en lugar cercano, comienza a lavar la ropa sin abandonar su machete.
Cuando se halla abstraída en su tarea, un ruido, un chillido de ave o quizás su instinto de madre, la hacen levantar la cabeza y mirar hacia el sitio donde duerme su hijito. Y ve paralizada de terror, un enorme puma que trata de llevarse cautelosamente el fruto de su existencia. Valiente y enloquecida, la heroica madre ataca al criminal felino. Este abandonando su presa se enfrenta con ella, pero la mujer logra hundir el machete hasta el lomo cerca del corazón de la fiera, recibiendo casi al mismo tiempo, un feroz mandoblazo de sus garras, que la mata instantáneamente.
Más allá, el niño ignorante del drama que se abatió, sobre él, llora de hambre y su llanto resulta así, un canto trágico a la vida...
Fuente: Opinión.com.bo 05/02/2017 y 16/09/2014
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