por Pedro Portugal Mollinedo
El “proceso de cambio” ha tenido la particularidad de sancionar nuevos conceptos, uno de ellos la descolonización. Término destacado y casi obsesivo en los primeros años de gobierno del MAS; ahora de uso entretenido pero discreto e intermitente en un pintoresco viceministerio del mismo nombre.
Descolonizar significó todo y nada, al mismo tiempo. La moda intercultural posmoderna lo identificó con la euforia por recuperar identidades, bajo la guía de saberes milenarios, en un pluriverso quántico y compenetrado del incuestionable aunque intangible Suma Qamaña.
A partir del escándalo del Fondo Indígena el cuento de la reserva moral de la humanidad perdió impulso y vigencia. Sin embargo, el mismo caso del Fondo Indígena demuestra que la descolonización sí es una tarea pendiente.
¿Y si la descolonización fuese una tarea seria, que merece tanto una teoría política juiciosa para caracterizarla como sólidas espaldas políticas para ejecutarla? Ya lo dijeron antes: No hay teoría sin práctica -y a la inversa-, sobre todo cuando se trata de cambiar una sociedad.
Salvo, seguramente, los trabajos de René Zavaleta Mercado la teoría sociológica en Bolivia se caracteriza por lo repetitivo e insustancial. Características evidentes cuando el marxismo teórico imperaba en la academia, estas son ahora mortificantes por su persistencia en tiempos de fantasía posmoderna y de urgencia de transformación social.
Un reciente libro contraría este desasosiego. Se trata del trabajo de María Teresa Zegada y de George Komadina El intercambio político. Indígenas campesinos en el Estado Plurinacional (Editores CERES, Plural). Esa obra introduce conceptos como el de estructura rizomática, para poder entender lo múltiple e imprevisible de las estructuras de poder en Bolivia. Pero, en mi criterio, su mayor aporte consiste en poner en discusión la idea de que la estructura social en Bolivia está condicionada por una política de intercambio entre el poder y los grupos sociales organizados.
La mitología oficialista establece una ruptura en las estructuras de poder en el país. Tendríamos un gobierno de los movimientos sociales y el indio estaría en el poder. Juan de la Cruz Villca, recientemente fallecido, en una entrevista que los autores reproducen indica: “…somos los impulsores de este proyecto llamado instrumento político. Como dueños nos gobernamos nosotros mismos”.
Sin embargo, a partir de la Colonia nuestra sociedad se estabilizó en la coexistencia de dos mundos estancos, salvo por canales de relacionamiento que oficiaban de intermediarios: Era la república de españoles coexistiendo con la república de indios.
A lo largo de nuestra historia esa estructura se consolidó e institucionalizó “satisfaciendo” a ambas partes, salvo en momentos de ruptura fácilmente identificables en nuestra historia. Esos momentos, empero, no trastocaron ese mecanismo perverso, sino que lo afinaron, actualizándolo con nuevas ideas y a nuevas condiciones.
Los antecedentes al MAS al respecto y a partir de 1952 son las relaciones del MNR con los campesinos, aspecto que Jorge Dandler estudió con éxito en el Valle Alto de Cochabamba. En ese intercambio político -en el que siempre tuvieron importancia los códigos culturales-, el poder garantiza beneficios a cambio de apoyo: esencia del clientelismo y del prebendalismo.
El “éxito” del actual Gobierno en su relación con los “indígena originario campesinos” obedece a este diseño: “la transacción de bienes materiales y simbólicos entre el Estado y los grupos sociales organizados”, proceso que implica corrupción. La administración estatal necesita y depende de intermediarios corruptos: Viene a nuestra memoria el reciente caso del alcalde de Achacachi.
Esa situación explica las estructuras de desigualdad en nuestra sociedad, el atascamiento del Estado y la inestabilidad política que nos caracteriza. Si la descolonización debe ser la superación de las estructuras heredadas de la Colonia y su reemplazo por otras adecuadas a los derechos y tiempos actuales, la obra de Zegada y de Komadina es fuente imprescindible para generar nuevos y más profundos trabajos al respecto.
Fuente: Pagina Siete
El “proceso de cambio” ha tenido la particularidad de sancionar nuevos conceptos, uno de ellos la descolonización. Término destacado y casi obsesivo en los primeros años de gobierno del MAS; ahora de uso entretenido pero discreto e intermitente en un pintoresco viceministerio del mismo nombre.
Descolonizar significó todo y nada, al mismo tiempo. La moda intercultural posmoderna lo identificó con la euforia por recuperar identidades, bajo la guía de saberes milenarios, en un pluriverso quántico y compenetrado del incuestionable aunque intangible Suma Qamaña.
A partir del escándalo del Fondo Indígena el cuento de la reserva moral de la humanidad perdió impulso y vigencia. Sin embargo, el mismo caso del Fondo Indígena demuestra que la descolonización sí es una tarea pendiente.
¿Y si la descolonización fuese una tarea seria, que merece tanto una teoría política juiciosa para caracterizarla como sólidas espaldas políticas para ejecutarla? Ya lo dijeron antes: No hay teoría sin práctica -y a la inversa-, sobre todo cuando se trata de cambiar una sociedad.
Salvo, seguramente, los trabajos de René Zavaleta Mercado la teoría sociológica en Bolivia se caracteriza por lo repetitivo e insustancial. Características evidentes cuando el marxismo teórico imperaba en la academia, estas son ahora mortificantes por su persistencia en tiempos de fantasía posmoderna y de urgencia de transformación social.
Un reciente libro contraría este desasosiego. Se trata del trabajo de María Teresa Zegada y de George Komadina El intercambio político. Indígenas campesinos en el Estado Plurinacional (Editores CERES, Plural). Esa obra introduce conceptos como el de estructura rizomática, para poder entender lo múltiple e imprevisible de las estructuras de poder en Bolivia. Pero, en mi criterio, su mayor aporte consiste en poner en discusión la idea de que la estructura social en Bolivia está condicionada por una política de intercambio entre el poder y los grupos sociales organizados.
La mitología oficialista establece una ruptura en las estructuras de poder en el país. Tendríamos un gobierno de los movimientos sociales y el indio estaría en el poder. Juan de la Cruz Villca, recientemente fallecido, en una entrevista que los autores reproducen indica: “…somos los impulsores de este proyecto llamado instrumento político. Como dueños nos gobernamos nosotros mismos”.
Sin embargo, a partir de la Colonia nuestra sociedad se estabilizó en la coexistencia de dos mundos estancos, salvo por canales de relacionamiento que oficiaban de intermediarios: Era la república de españoles coexistiendo con la república de indios.
A lo largo de nuestra historia esa estructura se consolidó e institucionalizó “satisfaciendo” a ambas partes, salvo en momentos de ruptura fácilmente identificables en nuestra historia. Esos momentos, empero, no trastocaron ese mecanismo perverso, sino que lo afinaron, actualizándolo con nuevas ideas y a nuevas condiciones.
Los antecedentes al MAS al respecto y a partir de 1952 son las relaciones del MNR con los campesinos, aspecto que Jorge Dandler estudió con éxito en el Valle Alto de Cochabamba. En ese intercambio político -en el que siempre tuvieron importancia los códigos culturales-, el poder garantiza beneficios a cambio de apoyo: esencia del clientelismo y del prebendalismo.
El “éxito” del actual Gobierno en su relación con los “indígena originario campesinos” obedece a este diseño: “la transacción de bienes materiales y simbólicos entre el Estado y los grupos sociales organizados”, proceso que implica corrupción. La administración estatal necesita y depende de intermediarios corruptos: Viene a nuestra memoria el reciente caso del alcalde de Achacachi.
Esa situación explica las estructuras de desigualdad en nuestra sociedad, el atascamiento del Estado y la inestabilidad política que nos caracteriza. Si la descolonización debe ser la superación de las estructuras heredadas de la Colonia y su reemplazo por otras adecuadas a los derechos y tiempos actuales, la obra de Zegada y de Komadina es fuente imprescindible para generar nuevos y más profundos trabajos al respecto.
Fuente: Pagina Siete
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