por Pablo Mamani Ramírez
Según el autor, “el mundo aymara y los diversos movimientos del indianismo y del katarismo han vuelto, con unos aires de juventud que son más propios de una nación sin Estado”.
El 9 de abril de 2000 Achacachi ardía por el levantamiento aymara en contra del gobierno del exdictador Hugo Banzer Suárez y el modelo neoliberal imperante en ese entonces.
Habían sido asesinados por el Estado colonial dos jóvenes aymaras provenientes de las comunidades Ajaría y Axllata Grande y había muerto un militar en el hospital Uriona de esta localidad.
Sobre ello se ha escrito muchos artículos en la prensa nacional desde visiones racistas y, otras, paternalistas. En el primer caso se catalogó a los aymaras como criminales que no habían cambiado en 108 años después de los hechos de Mohoza o de AyoAyo, en referencia a la Guerra Federal de 1899. Y hubo algunos que resaltaron que esta lucha a la postre resultó siendo útil simplemente para un "asalto indigenista".
Así fue el año 2000. Achacachi, fiera herida por la muerte de dos jóvenes aymaras, asesinados por un Estado que no se inmuta y que hoy serían plenamente parte de una nueva lucha, empieza a moverse con su propio ritmo. En respuesta, el Estado neocolonial empieza a practicar sus ardides más sucios, como siempre lo ha hecho. Pero el mundo aymara se mueve en sentido contrario al esperado por el viejo y el nuevo mundo del poder.
Indio contra indio
Hoy Achacachi ha vuelto a ser noticia nacional e internacional; ahora en el contexto del llamado Estado plurinacional y con un presidente de origen aymara. ¿Qué es lo que desvelan los hechos acaecidos el 14 y 15 de febrero de 2017: la quema de la casa del Alcalde de esta localidad y del Presidente de la FEJUVE? ¿Fue una guerra de aymara contra aymara o de indio contra indio? ¿Por qué ahora la "guerra” es entre partes de un pueblo sometidos al Estado neocolonial boliviano? ¿Qué historiamaldita se oculta detrás de estos hechos violentos?
El fuego que arde por el viento del altiplano y los gritos que salen de esas gargantas aymaras, aturdidas por la historia neocolonial, no se ha encendido en contra de los q’aras sino de los mismos aymaras.
¿Ha sido el inicio de una nueva tragedia aymara o un calentamiento para las guerras postergadas en Bolivia? Quién sabe. Pero el hecho es que Achacachi ha ardido como avivado por el viento de las alturas, como el rescoldo de una historia traicionada.
En 2000 ardían fuegos en las oficinas del Estado boliviano y su carceleta, que hasta el día de hoy no se ha repuesto. Hoy estos fuegos no arden en las oficinas del Estado criollo sino en las casas de los propios aymaras y esto en el gobierno del "proceso de cambio". ¿La historia se ha vuelto en contra de los aymaras? Aquí no tiene sentido mirar los hechos con ojos clasistas y blanco-mestizos como ha hecho el Vicepresidente cuando dijo: "han vuelto a renacer los viejos odios clasistas”.
Sin duda hay diferencias económicas entre aymaras de la ciudad intermedia de Achacachi y de las comunidades de la región, pero éste no el punto, sino que en Bolivia se están incubando peligrosamente guerras fratricidas, que no sólo pueden dividir a los aymaras; sino desembocar en una guerra nacional en contra de los criollos que todavía gobiernan Bolivia, aunque sea a nombre de los propios aymaras.
Causa pavor al poder
Aparentemente Achacachi es un rincón pequeño del país. Sin embargo es el alma del mundo aymara que se resiste a creer que el tiempo vaya a ser impune con la violencia estatal, que se ha convertido en el pan de cada día. Achacachi es la contracara ardiente de un pedestal de protesta social que causa pavor al poder.
Cuando Achacachi habla el mundo del poder responde con racismo y neocolonialismo, como vimos el pasado fin de semana.
Cierto, hay gente que sostiene que el Mallku es racista y que "no hay que darle muchos aires porque es un peligro en el horizonte”. Esta frase está llena de sordo rencor íntimo, pertenece a un colonizador y racista. El mundo colonial es un mundo oscuro, no tiene luz ni aires de libertad.
¿Cómo un colonizador puede darse aires de libertario? Imposible.
El mundo aymara y los diversos movimientos del indianismo y del katarismo han vuelto, con unos aires de juventud que son más propios de una nación sin Estado. Pese al envilecedor enfrentamiento entre aymaras, Achacachi es un hilo que empieza a desatarse como si se tratara de un nuevo comienzo.
No hay solución
El mundo social y económico no tiene una solución al problema de los alcaldes que cada vez aparecen enlodados en la corrupción. Los que denuncian tales actos son encarcelados, como ha ocurrido en el patético caso de San Buenaventura, en el norte de La Paz. Estas son las cosas de un poder que, pese a todo, se reclama revolucionario y parte de un "proceso de cambio". Cosas ridículas de un poder que ya no tiene la misma musculatura que la que tuvo al principio, cuando se constituía en la gran esperanza para dar fin a un Estado colonial y racista. Lo que hoy está muy lejos de ser.
El altiplano aymara ha dejado mucha tinta escrita para la historia política boliviana o peruana. El mundo de los Andes parece ser el mundo que no aguanta la impunidad de los poderosos: ayer abiertamente colonialistas y hoy disfrazados, pero sin dejar de serlo nunca.
Los poderosos tienen poses para galantear a la gente y mostrar que son muy buenos gobernantes, siendo siempre como los del siempre. Es decir, corruptos, vividores de lo ajeno. En ese sentido, los poderosos tienen un tinte de descaro total y franco. No se inmutan ante su propia historia, no reconocen ser descendientes de un pasado nefasto y oscuro.
Y entonces, ¿el proceso de cambio? Achacachi deja por los suelos al deslucido discurso de un proceso de cambio que no tiene ningún sentido en su enunciación como tampoco en la realidad, porque es más hueco que el propio mundo oscuro del poder. Y Achacachi lo sabe tan bien como el mundo del poder lo sabe sobre sí mismo.
Así el mundo aymara, junto con el indianismo y el katarismo, como en 1952, vuelve a cuestionar de raíz al mundo oscuro colonial y racista . El aymara resurge como actor que grita al mundo su desdén ante un gobierno y poder que fue y es la mayor estafa histórica de los últimos cien años de Bolivia. Y ahí nuevamente está Achacachi contra todo pronóstico. Y seguramente esta historia continuará con la misma velocidad que la de la caída del poder.
Fuente: Pagina Siete
Según el autor, “el mundo aymara y los diversos movimientos del indianismo y del katarismo han vuelto, con unos aires de juventud que son más propios de una nación sin Estado”.
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| Guerrero Indio, mural de Diego Rivera. |
Habían sido asesinados por el Estado colonial dos jóvenes aymaras provenientes de las comunidades Ajaría y Axllata Grande y había muerto un militar en el hospital Uriona de esta localidad.
Sobre ello se ha escrito muchos artículos en la prensa nacional desde visiones racistas y, otras, paternalistas. En el primer caso se catalogó a los aymaras como criminales que no habían cambiado en 108 años después de los hechos de Mohoza o de AyoAyo, en referencia a la Guerra Federal de 1899. Y hubo algunos que resaltaron que esta lucha a la postre resultó siendo útil simplemente para un "asalto indigenista".
Así fue el año 2000. Achacachi, fiera herida por la muerte de dos jóvenes aymaras, asesinados por un Estado que no se inmuta y que hoy serían plenamente parte de una nueva lucha, empieza a moverse con su propio ritmo. En respuesta, el Estado neocolonial empieza a practicar sus ardides más sucios, como siempre lo ha hecho. Pero el mundo aymara se mueve en sentido contrario al esperado por el viejo y el nuevo mundo del poder.
Indio contra indio
Hoy Achacachi ha vuelto a ser noticia nacional e internacional; ahora en el contexto del llamado Estado plurinacional y con un presidente de origen aymara. ¿Qué es lo que desvelan los hechos acaecidos el 14 y 15 de febrero de 2017: la quema de la casa del Alcalde de esta localidad y del Presidente de la FEJUVE? ¿Fue una guerra de aymara contra aymara o de indio contra indio? ¿Por qué ahora la "guerra” es entre partes de un pueblo sometidos al Estado neocolonial boliviano? ¿Qué historiamaldita se oculta detrás de estos hechos violentos?
El fuego que arde por el viento del altiplano y los gritos que salen de esas gargantas aymaras, aturdidas por la historia neocolonial, no se ha encendido en contra de los q’aras sino de los mismos aymaras.
¿Ha sido el inicio de una nueva tragedia aymara o un calentamiento para las guerras postergadas en Bolivia? Quién sabe. Pero el hecho es que Achacachi ha ardido como avivado por el viento de las alturas, como el rescoldo de una historia traicionada.
En 2000 ardían fuegos en las oficinas del Estado boliviano y su carceleta, que hasta el día de hoy no se ha repuesto. Hoy estos fuegos no arden en las oficinas del Estado criollo sino en las casas de los propios aymaras y esto en el gobierno del "proceso de cambio". ¿La historia se ha vuelto en contra de los aymaras? Aquí no tiene sentido mirar los hechos con ojos clasistas y blanco-mestizos como ha hecho el Vicepresidente cuando dijo: "han vuelto a renacer los viejos odios clasistas”.
Sin duda hay diferencias económicas entre aymaras de la ciudad intermedia de Achacachi y de las comunidades de la región, pero éste no el punto, sino que en Bolivia se están incubando peligrosamente guerras fratricidas, que no sólo pueden dividir a los aymaras; sino desembocar en una guerra nacional en contra de los criollos que todavía gobiernan Bolivia, aunque sea a nombre de los propios aymaras.
Causa pavor al poder
Aparentemente Achacachi es un rincón pequeño del país. Sin embargo es el alma del mundo aymara que se resiste a creer que el tiempo vaya a ser impune con la violencia estatal, que se ha convertido en el pan de cada día. Achacachi es la contracara ardiente de un pedestal de protesta social que causa pavor al poder.
Cuando Achacachi habla el mundo del poder responde con racismo y neocolonialismo, como vimos el pasado fin de semana.
Cierto, hay gente que sostiene que el Mallku es racista y que "no hay que darle muchos aires porque es un peligro en el horizonte”. Esta frase está llena de sordo rencor íntimo, pertenece a un colonizador y racista. El mundo colonial es un mundo oscuro, no tiene luz ni aires de libertad.
¿Cómo un colonizador puede darse aires de libertario? Imposible.
El mundo aymara y los diversos movimientos del indianismo y del katarismo han vuelto, con unos aires de juventud que son más propios de una nación sin Estado. Pese al envilecedor enfrentamiento entre aymaras, Achacachi es un hilo que empieza a desatarse como si se tratara de un nuevo comienzo.
No hay solución
El mundo social y económico no tiene una solución al problema de los alcaldes que cada vez aparecen enlodados en la corrupción. Los que denuncian tales actos son encarcelados, como ha ocurrido en el patético caso de San Buenaventura, en el norte de La Paz. Estas son las cosas de un poder que, pese a todo, se reclama revolucionario y parte de un "proceso de cambio". Cosas ridículas de un poder que ya no tiene la misma musculatura que la que tuvo al principio, cuando se constituía en la gran esperanza para dar fin a un Estado colonial y racista. Lo que hoy está muy lejos de ser.
El altiplano aymara ha dejado mucha tinta escrita para la historia política boliviana o peruana. El mundo de los Andes parece ser el mundo que no aguanta la impunidad de los poderosos: ayer abiertamente colonialistas y hoy disfrazados, pero sin dejar de serlo nunca.
Los poderosos tienen poses para galantear a la gente y mostrar que son muy buenos gobernantes, siendo siempre como los del siempre. Es decir, corruptos, vividores de lo ajeno. En ese sentido, los poderosos tienen un tinte de descaro total y franco. No se inmutan ante su propia historia, no reconocen ser descendientes de un pasado nefasto y oscuro.
Y entonces, ¿el proceso de cambio? Achacachi deja por los suelos al deslucido discurso de un proceso de cambio que no tiene ningún sentido en su enunciación como tampoco en la realidad, porque es más hueco que el propio mundo oscuro del poder. Y Achacachi lo sabe tan bien como el mundo del poder lo sabe sobre sí mismo.
Así el mundo aymara, junto con el indianismo y el katarismo, como en 1952, vuelve a cuestionar de raíz al mundo oscuro colonial y racista . El aymara resurge como actor que grita al mundo su desdén ante un gobierno y poder que fue y es la mayor estafa histórica de los últimos cien años de Bolivia. Y ahí nuevamente está Achacachi contra todo pronóstico. Y seguramente esta historia continuará con la misma velocidad que la de la caída del poder.
Fuente: Pagina Siete
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